Los
Metaniveles de la Conversación
Dr. Nelson de J. Rueda Restrepo
Gerente General Coaching Management Consultants SAS
www.coachingmc.com
Si un Mentor es un
generador de conversaciones de desempeño, debe aprender los secretos
incorporados en una conversación y dominarlos.
En el arte de
conversar con su Mentorado, debe desarrollar competencias en el escuchar, en el
hablar y en el diseño de conversaciones.
Una conversación de desempeño está constituida
por agentes que despliegan paquetes de información, materia y conocimiento, desde
las competencias de quienes conversan, para enlazar e interactuar dentro del
proceso, produciendo tejidos de materia, conocimiento y valores.
Estos tejidos, con sus atributos de enlace de lo
sistémico y relacional, al dialogar, desde lo discursivo, con otros modelos,
otros sistemas, interpretan y discurren para generar resultados que se
constituyen en el resultado complejo de un sistema dialogal sistémico e
interpretativo, dando como resultado el modo de actuación propio de dicho
sistema y el modo de actuación sujetal institucional.
Todo lo anterior parece complicado y por
ello es necesario hacerlo claro y simple.
Al conversar entramos en una serie de metaniveles de la conversación que
emergen del complejo proceso del alma humana[1].
Desde la escuela de Pitágoras sobrevino un
conflicto entre los librepensadores y los que seguían las reglas
establecidas. Los primeros se sentían
superiores a los segundos. De esta
manera, en todo proceso conversacional, nacen dos tendencias: unos quieren
novedades e intentan franquear los límites establecidos; otros quieren
conservar lo que poseen, lo que comprenden.
Estas dos orientaciones se justifican,
pues participan en el proceso que debe vivir todo aquel que aspire a la
verdad. Pero dado que el yo es limitado,
se oponen la una a la otra ¡asfixiando la voz del alma!
Cada ser humano habita en el espacio de
sus creencias, desde ellas percibe el mundo, lo distingue, lo piensa, genera
acciones y produce resultados. De allí
que al conversar cada uno de los intervinientes en el proceso, generalmente,
terminan hablándose a sí mismo más que escuchando al otro; adscribiéndole
intenciones al otro, más que comprendiendo su punto de vista y dándole
significaciones diferentes a las expresiones verbales y no verbales del
otro.
Lo cual nos lleva directamente a la
necesidad de entender que habitamos en nuestros diálogos internos más que en
las conversaciones que los otros nos proponen.
A esos diálogos internos, guiados por pensamientos y sentimientos que subyacen en la conversación, juicios riesgosos, supuestos, prejuicios, emociones, sentimientos, pensamientos
ocultados, desplazados, negados, presunciones no explícitas, temores y necesidades que ocupan el espacio de nuestros pensamientos mientras
conversamos, haciendo que nuestra escucha sea más aparente que real, más
selectiva que atenta y empática.
La ontología del lenguaje lo llama “conversaciones ocultas” y afirma que desde nuestras distinciones, juicios y
narrativas (mundos interpretativos), en cada uno de nosotros, se dan tres tipos
de conversaciones:
Íntima, es aquella en la cual por sabiduría guardamos, en paz y en silencio, en
nuestra interioridad más profunda, lo que pensamos y sentimos.
Privada es la que en un “callar” no expresamos verbalmente y nos deja molestos,
insatisfechos, “resentidos” y se expresa en nuestro lenguaje no verbal;
Pública es la que es la que se expresa verbalmente.
Cada ser humano se expresa en su propio
lenguaje. Esta comunicación está animada
por las circunstancias, el lugar y la época, pero principalmente depende del
campo de energía al cual ese ser humano pertenece. Cuando alguien habla expresa lo que es. Da testimonio de los principios y de los
valores que espera realizar.
Si varias personas hablan en conjunto,
llenan el espacio con sus pensamientos y sentimientos. Y así se forma una atmosfera que alimenta la
consecución de sus propósitos. Estas palabras
pueden sembrar la confusión, consolar, apasionar, informar. Sus efectos dependen de las intenciones de
quien habla, quizá con buena o mala fe.
Las quimeras, las tendencias y las
ansiedades de un yo que vive intensamente a partir del subconsciente son
capaces de ensombrecer y contaminar a los demás; influirán fácilmente a todos
los que todavía no dirigen sus propias vidas.
Demasiado a menudo los seres humanos no
escuchan su lenguaje, pues cada uno cree ser el único que habla y piensa que
tiene la última palabra.
Hablando su propio lenguaje y girando
alrededor de su propio mundo, en actitud egocéntrica, obstinada, densificada y
cristalizada, lo cual endurece sus sentidos y convierte las imágenes
pensamiento en subjetivas y falsas, que le mantienen delimitado, el ser humano
se hace sordo a la palabra de los demás, sin darse cuenta de la dificultad que
tiene para enfrentar sus propios límites.
Todo esto lo lleva a decepciones, disgustos y luchas, hasta que aprenda
a liberar su propio lenguaje de las ideas establecidas y adquiridas.
El lenguaje, en la forma que sea, es una
ayuda indispensable para desenvolverse en la vida. Pero en cualquier caso, la palabra del hombre
es insuficiente. Resulta difícil
describir un acontecimiento ordinario de forma que la imagen aparezca clara
para todos.
En la medida en la cual el hombre es
imperfecto, sus palabras también lo son. Están determinadas por su personalidad
y por sus impulsos interiores y exteriores.
Por ello podemos afirmar tranquilamente que, a menudo, la verdad es lo
contrario de lo que decimos. Yace oculta
en lo más profundo del alma. Y,
frecuentemente, el silencio la expresa más claramente que un torrente de
palabras.
La conciencia del ser humano se desarrolla
gracias a la palabra y la comprensión.
Así cada ser humano descubre las características de otras criaturas y
aprende a reconocer su lugar en la creación, a actuar de forma consciente,
aprendiendo, desde su propio silencio, a escuchar, a comprender y a renovar,
hasta llegar a su verdadero destino.
Existen tres grados de silencio: que la
boca permanezca cerrada, que el pensamiento se calle y que la voluntad se
calle. La locuacidad habitual es la
expresión del pensamiento, del parloteo interior, con el que el yo,
exteriormente calmado, silencioso y con aparente dominio, mantiene su atención
sobre sí mismo. La voluntad quiere
seguir dominando la situación.
El hombre tiene
necesidad de una boca para hablar y de oídos para oír. Emite vibraciones en el aire que se
transmiten a los oídos de otros. El
poder de emitir sonidos y recibirlos es un gran milagro. Sin él, los seres humanos estarían mudos y no
podrían expresar ni adquirir conciencia.
¡Ejecutar y comprender palabras producidas por una serie de sonidos es
verdaderamente un gran milagro!
El orador regala sus
pensamientos y sentimientos envueltos en palabras y el oyente recibe este
regalo como energías transmitidas por estas palabras que están cargadas de
fuerza, de pensamientos y de emociones.
Esa energía busca encontrar una resonancia, un eco. Es así como percibimos lo que el otro quiere
decirnos. Se trata de una comunicación
limitada.
En sentido más
amplio, es posible comunicarse por el lenguaje corporal y por transmisión
directa de los pensamientos y de los sentimientos, proyectando sus cualidades,
su carácter personal, y lo que emana de él, sobre los demás, provocando sus
reacciones.
Dado que hablamos desde nuestras creencias y
distinciones y escuchamos gracias a nuestro estado de conciencia, si nos
detenemos en el milagro del lenguaje vemos como nos comunicamos
inter-penetrándonos, es decir, nos relacionamos desde nuestras emociones
generando una energía que, al entrar en contacto con el otro, motiva su
reacción. Facilitando o dificultando el
proceso conversacional.
Así es como
percibimos lo que decimos y lo que el otro quiere decirnos. Se trata siempre de un hablar, un comunicar,
un dialogar y un conversar mediado por nuestro sistema nervioso, nuestro fuego
de la serpiente, del estado de nuestra sangre, del fluido hormonal y, sobre
todo, de nuestro estado de la pineal y de la hipófisis.
Esto hace que las
palabras se pronuncien y escuchen desde un marco de intenciones, humores y
pensamientos que intentan ser la esencia misma de las cosas, pero que no logran
más que ser las percepciones de ellas.
Las palabras nos ponen en límite, haciendo que la transmisión de
pensamientos y sentimientos sea parcial y provoque descripciones diferentes en
los dos perceptores implicados en el proceso (Mentor y Mentorado), generando
reacciones muchas veces inesperadas, acordes con el estado de conciencia de
quien escucha.
Cuando conversamos,
emitimos desde nuestro cuerpo y nuestras palabras vibraciones a partir de las
cuales nos expresamos. Esperando ser
comprendidos para que el otro genere acciones.
Quien participa con nosotros en la conversación suscita pensamientos,
emociones y actos, desde la reacción que se genera por sus propias percepciones
y significantes.
El perceptor que
habla expresa pensamientos y sentimientos para que el perceptor que escucha
perciba lo que queremos o necesitamos.
Las palabras están
cargadas de fuerza y de energía que espera una resonancia, un eco, el cual no
siempre coincide con lo que esperamos y por ello se generan las bien conocidas
perturbaciones en las relaciones.
Friedemann Schultz
Von Thun[2] nos da una clave adicional para
entender el conflicto que surge de nuestras conversaciones, al afirmar que cada
vez que conversamos nos enfrentamos a cinco dimensiones implicadas en el
conversar:
ü
El contenido objetivo: aquello
sobre lo cual debe recaer la implicación de lo que conversamos. La conversación contiene una información
objetiva.
ü La autoexposición:
lo que doy a conocer de mí mismo. En la conversación me expongo y desde una
auto representación intencionada muestro al otro una dimensión de mí
mismo. Mensaje Yo.
ü La relación:
lo que pienso y la forma como me sitúo frente al otro. Al conversar el perceptor uno se planta
frente al perceptor dos con una posición que da cuenta de lo que piensa y
siente de él y lo expresa desde su lenguaje verbal y no verbal. Mensaje Tú.
ü La influencia:
hacia donde quiero llevar al otro. Al
conversar se busca influir, desde objetivos comunes, el acuerdo y las acciones
que lo hagan posible.
ü Y el fenómeno: hecho o situación que motiva el que estemos
conversando. Aquello sobre lo cual
conversamos. Es el aspecto o pretexto alrededor del cual gira la conversación y
la danza que se da entre el escuchar y el hablar, el indagar y el proponer.
Si asociamos estos
conceptos con los de las conversaciones ocultas y públicas, entenderemos que
actuamos como “perceptores” diferentes y que, por tanto, participamos de
maneras muy diversas en las conversaciones.
Siendo habladores de
cuatro voces (contenido objetivo, relación, autoexposición e incitación) y
receptores de cuatro oídos (contenido objetivo, relación, autoexposición e
incitación), hace que el entramado de la conversación pueda diferir
considerablemente, dando origen a los metaniveles de la conversación a los
cuales ya nos hemos referido en detalle.
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