“La vida es una gran escuela, y la naturaleza es la principal maestra, pero si no nos damos cuenta, no podemos escuchar a la maestra”. Porque es el “darse cuenta” lo que “transforma las lecciones de vida en sabiduría; puede convertir circunstancias confusas y eventos en conocimiento útil”.
Estas son las palabras de Dan Millman, un campeón del mundo de gimnasia del trampolín, entrenador de gimnasia de la Universidad de Stanford, extraídas de su libro “El atleta Interior”, y que ponen el acento sobre el hecho que aprender es la respuesta a una demanda: la de tener que hacer algo que, hasta ahí, éramos incapaces de hacer. Y que, si antes éramos incapaces, en el proceso de llegar a hacerlo bien, necesariamente deberemos cometer errores…pero el problema no está en el error en sí, sino en ignorarlo o mal interpretarlo.
En efecto, es el “darse cuenta” el comienzo de todo aprendizaje, porque una vez que hemos tomado conciencia del error o de alguna imposibilidad, recién podemos modificar alguna de las acciones que nos podrían conducir a obtener mejores resultados.De eso se trata entonces: de “darnos cuenta”. Una especie de percepción sensible que involucra a todo el cuerpo y que nos llega a través de la experiencia directa. En efecto, no se trataría de algo intelectual, algo razonado, sino de algo que nos ocurre sin explicación, como un chispazo de entendimiento que, arriesgo la opinión, tal vez en estados más elevados es lo que algunos llaman iluminación. Porque después de todo, como dijo Carl Jung, el famoso psiquiatra que fuera colega de Freud, y que se dedicó a la exploración del “espacio interno”… "la iluminación no consiste en ver formas luminosas y visiones, sino en hacer visible la oscuridad”.
Suena interesante, pero… si “darse cuenta” es la condición básica de nuevos aprendizajes que nos posibilitarían los cambios que deseamos generar ¿por qué a veces hasta nos hacemos trampas para evitar “darnos cuenta”, acallando las voces, tanto internas como externas, que en principio nos ayudarían a lograrlos? Tal vez porque, como explica el mismo Millman, “un signo seguro de un incremento en la capacidad de “darse cuenta” es que nos sentimos como si fuéramos peores”. Porque como suelo decir, con otras palabras, al estar más “despiertos”, más concientes, perdemos el amparo y la protección que nos brinda la bendita ignorancia.
Los seres humanos estamos diseñados para aprender, y el aprendizaje es fuente de alegría, como lo testimonian las risas y chillidos de un pequeño que se para solo por primera vez. Pero todo aprendizaje, en cualquier campo, siempre implica una momentánea pérdida de autoestima, una mella en nuestra autoimagen, y nuestros mecanismos de defensa harán cualquier cosa, con tal de evitar el darnos cuenta, para no tener que pasar por el dolor de la pérdida de la seguridad (y comodidad) que nos brindaba el conocimiento previamente adquirido.
Pero si “darse cuenta” es tan importante para nuestro aprendizaje, en cualquier campo, ¿qué podemos hacer para superar este impedimento para nuestro crecimiento personal? Simple, aunque no fácil, tendremos que estar dispuestos, como dice Dan (que de esto sabe por ser atleta) a perder imagen, a vernos momentáneamente bajo una luz que es menos lisonjera de lo que desearíamos. Y tal vez recuperar algo de la naturalidad de los niños, que “viven en el error” mientras aprenden: ellos mojan los pantalones, se caen, dejan caer cosas. Pero como no tienen nada que resistir, naturalmente pasan del “darse cuenta del error”, a una nueva práctica, y de ésta a su corrección, en una espiral de aprendizaje que nunca termina.
Ocurre que muchas veces no conseguimos lo que queremos, simplemente porque… ¡no nos damos cuenta que nuestra atención está enfocada en otro lugar!
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