En este
artículo, Patricia Martínez, psicóloga especialista en Terapia de Pareja, Coordinadora
de la EDTe Latinoamerica, profundiza en la sombra en la relación de
pareja:
Me pregunto por
qué de entre todos los campos en los que es posible investigar y acompañar a
otro ser humano a mejorar su vida para lograr ese anhelado bienestar que todos
buscamos, he elegido el de terapia de pareja. Sin duda, una de las
respuestas, la que quizás no casualmente hable más de mi propia sombra, sea la
de : “para curarme a mí misma y corroborar que sí es posible lograr una
relación de pareja sana, madura y que aporte amor consciente, proyecto
compartido y crecimiento a nuestra vida”
En verdad “todo
en la vida es relación”. Somos una especie que para poder vivir, necesitamos
relacionarnos con otras personas. Estas relaciones pueden darse de forma
positiva o de forma negativa, y bien sabemos que todos anhelamos poder tener
relaciones que aporten paz y serenidad a nuestra vida. Y, de entre todas las
relaciones, es quizás la relación de pareja el mayor de los espejos
donde se reflejan nuestras mayores cualidades y nuestras sombras más
recónditas.
Sabemos que
para construir una relación de pareja sana, la vida nos pide estar
dispuestos a atravesar momentos de gran incertidumbre, momentos
que, como “ritos de paso”, nos permiten el posterior crecimiento en nuestras
siguientes etapas de vida.
De la misma
forma que “dos palomas atadas de las patas suman cuatro alas, pero no pueden
volar”, cuando el ser humano a lo largo de su vida no aprende a
individualizarse de la unión simbiótica de origen con sus padres, su proceso de
crecimiento en la relación de pareja se estanca. Y parece ser que ésta
constituye una de las mayores sombras en las relaciones de pareja actualmente:
la dependencia emocional.
Es paradójico el hecho de que cuanto más eficiente es
la dependencia mutua de 2 personas, más independientes y audaces se vuelven
estas. En este sentido, es importante distinguir lo que es un apego sano de uno
insano, o una dependencia sana de una insana dependencia emocional.
Por lo
tanto, una vez que hemos elegido pareja, no tiene sentido preguntarse
si hay o no dependencia: siempre la hay. Pero es muy diferente un apego
ansioso a un apego sano. Parece ser que es posible y aconsejable el depender de
nuestra pareja emocionalmente, pues a menudo la facultad de enfrentarse al
mundo desde la autonomía, nace precisamente del hecho de saber que contamos con
alguien que nos apoya.
Cuando contamos
con una base de seguridad afectiva, sentimos que el mundo está a
nuestros pies: corremos riesgos, somos creativos y tratamos de hacer
realidad nuestros sueños. Por el contrario, cuando esa sensación de
seguridad brilla por su ausencia, nos cuesta mucho más centrarnos e implicarnos
en la vida.
El trabajo para
superar la dependencia insana se centra en la maduración
emocional de la propia persona. En realidad, tal inmadurez puede darse
también en personas de edad avanzada con responsabilidades profesionales, años
de matrimonio e incluso con hijos crecidos y ya fuera de casa. Y puede decirse
que esta pauta responde a un patrón cultural y familiar, cuya superación no se
enseña precisamente en universidades o escuelas.
Para superar el
nivel de codependencia o apego insano, se precisa de un sostenido desarrollo
personal y de auto observación….Conócete a ti
mismo y conocerás a Dios”, decía ya hace siglos el oráculo de Delfos. “
¿Pero que hay en realidad detrás de la temida y a la vez tan frecuente
dependencia emocional?
Detrás de esta
dependencia se halla la amenaza de la pérdida, una amenaza que lleva a
manipular al otro como estrategia de control en la vida cotidiana de pareja.
Algo que sin duda precisa el trabajarse en la auto consciencia de las propias
pautas y la liberación progresivamente de la falsa seguridad que conlleva la
“dorada jaula” que falsamente suele suponer una relación de pareja. Se trata,
pues, de cultivarse y alcanzar una independencia tal que permita
mantener límites sanos en la propia privacidad, sin merma alguna del
sentimiento de amor, compromiso y cuidado por quien se ama.
Érase una vez una mujer que vivía disfrazada de mujer.
Y un hombre que vivía disfrazado de hombre. Cuando se encontraron creyeron esta
comedia y formaron pareja. El hombre falso y la mujer falsa, haciendo esfuerzos
tremendos, alcanzaron una modorra que llamaron felicidad. El hombre y la mujer
verdaderos no llegaron nunca a conocerse.
El trabajo con
la sombra en la relación de pareja
¿Qué es en realidad la “la sombra de la pareja”?
Los elementos
de la sombra son aquellos aspectos o cualidades nuestras que
están “guardadas” en nuestro inconsciente y que, por no estar
reconocidas, proyectamos en otros tanto a nivel personal como a nivel
colectivo. La proyección nos crea la falsa ilusión de que esos
elementos o aspectos de nuestra personalidad en realidad no nos pertenecen.
Evidentemente, y como bien sabemos, en las relaciones íntimas estos aspectos
emergen con más fuerza que en ningún otro contexto. En este sentido, lo
importante es comunicar a nuestra pareja lo que emerge, de forma clara
y sincera, de forma no defensiva, intentando abrirnos a nuestra
vulnerabilidad y nuestra transparencia. Si queremos madurar como personas y
llegar a una relación de intimidad madura, es vital trabajar juntos con
nuestras sombras desde la compasión, la confianza e integración mutuas. De este
forma podemos ir aceptando, amando y transformando progresivamente las sombras
que aparecen en el camino de la pareja.
La sombra
en la pareja suele manifestarse en muchas ocasiones como “contaminación
emocional”. Dicho término se refiere a la actitud o estado por el cual
solemos lanzar al exterior nuestras “basuras emocionales”, sin tener en cuenta
el impacto que van a tener en el clima emocional del conjunto. Cuando olvidamos
la regla de Aristóteles: “Expresar lo que sentimos a la persona adecuada, en el
momento adecuado, con el propósito justo y de la forma correcta”, solemos
enfadarnos descargando la tensión emocional de forma incorrecta con aquellas
personas con las que tenemos una relación de intimidad.
Podemos
concluir afirmando que lo que ocurre en una relación de pareja duradera
es responsabilidad compartida al cincuenta por ciento por cada uno.
La pareja es el
lugar de la intimidad, es donde aparecemos como somos, con todas nuestras
carencias y nuestros anhelos; con nuestras luces y nuestras sombras. Lo que
aprendimos de pequeños con nuestras primeras figuras de apego sobre la
intimidad, se reproduce en la relación de pareja tal cual.
El conflicto como oportunidad
Cada conflicto
de pareja es una gran oportunidad para ser más libre, así como para hacerse
cargo de uno mismo, a la vez que soltamos expectativas “infantiles”,
haciéndonos más adultos, más autónomos, permitiendo así a la pareja adquirir un
mayor despliegue.
Los conflictos,
pues, son oportunidades de crecimiento y sólo la convivencia
va a hacer aflorar estos conflictos.
La mayoría de
las parejas eluden los conflictos, no los resuelven, o los ven como algo muy
negativo. Algunas los dejan sin resolver y otras quizás
optan por un bypass, tratando de taparlos. A menudo, en las primeras fases de
una relación de pareja, tras la etapa del enamoramiento, los conflictos
aparecen con gran virulencia erosionando la relación. Hay acusaciones mutuas,
culpabilización e indignación. En estos casos, pareciera que tener la razón es
más importante que ser felices. Sin embargo, a medida que vamos
madurando e invirtiendo en nuestro propio desarrollo y autoconocimiento,
podemos comenzar a vivir las relaciones de pareja de forma diferente, y
entonces incluso al conflicto se le da la bienvenida, pues su
presencia permite crecer y prosperar en intimidad profunda. Ambos miembros de
la pareja están presentes con la llamada “sombra”, por lo que la relación se va
haciendo más honda.
Cada ser humano
es un universo. Amar es desear lo mejor para el otro, aun cuando
tenga motivaciones muy distintas. Amar es permitir que el otro sea feliz, aun
cuando los caminos sean diferentes; se trata de un sentimiento desinteresado
que nace del donarse o darse por completo desde el corazón. Desde esta
perspectiva, el amor no puede ser causa de sufrimiento. Cuando una
persona dice que ha sufrido por amor, en realidad ha sufrido por querer, no por
amar. Se sufre por apegos insanos. Si realmente se ama, no se puede sufrir,
pues nada se ha esperado del otro. Pero es cierto también que esta entrega,
este darse desinteresado, solo se da en el conocimiento. Solo podemos amar lo
que conocemos, porque amar implica tirarse al vacío, confiar la vida y el alma.
Y el alma no se indemniza. Conocerse es justamente saber de uno mismo y del
otro, de sus alegrías, de su paz, pero también de sus enojos, de sus luchas,…
Porque el amor trasciende el enojo, la lucha, el error y no
se produce solo en momentos de alegría. Amar es darle al otro un lugar en
mi corazón para que se quede como amigo, pareja,…y saber que en el suyo hay un
lugar para mí. Dar amor no agota el amor, por el contrario: lo aumenta. La
manera de devolver tanto amor, es abrir el corazón y dejarse amar.
“Ya entendí” – dijo la rosa. -” No lo entiendas,
vívelo” -dijo el Principito.
En determinados
momentos, sentimos miedo a amar; y en otros, nos conformamos con la
resignación. Amar es en realidad el gran viaje de nuestra vida, un
viaje en el que es necesario estar dispuesto a perderse para re encontrarse, e
incluso a irse para no asfixiarse.
Perdemos muchas cosas por el miedo a perder. En todas
las historias de amor existen en el fondo el miedo a la partida, al final y al
adiós, el miedo a la pérdida, al abandono y al rechazo.
¿Qué hacer con
todo ello?
Observarlo y
darnos cuenta de que esas emociones habitan en nosotros, y desde ahí trabajar
en nuestro desarrollo, en el desarrollo de la confianza hacia la vida y el
cultivo de nuestro ser esencial, ese que nunca ha nacido y que nunca
morirá.
El miedo es la otra cara del amor, el miedo es el
temor del amor. Nos asusta el amor, pues el amor nos exige todo lo que somos.
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