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A.D. | 15/01/2018
“Salvador, víctima y perseguidor: el triángulo dramático de las empresas ”.
Fue el psicólogo Stephen Karpman quien
observó 3 tipos de roles que enturbian las relaciones interpersonales en las
distintas organizaciones: el de salvador, el de víctima y el de perseguidor.
Cuando éstos se imponen en una organización acaban por intoxicarla.
Lo mejor es negarse a entrar en el juego
desde el principio, pero no siempre sabemos detectar nuestros propios impulsos
ni los de los compañeros. El psicólogo Stephen Karpman identificó
3 estados del yo que afectaban a las relaciones interpersonales en todos los
ámbitos, también en el empresarial. Se trata de las personas que ejercen el rol
de salvador, el de víctima y el de perseguidor, papeles que asumimos muchas
veces sin darnos cuenta porque, en el fondo, son estrategias equivocadas para
ganar afectos o sobrevivir en una organización. Para representarlo, el
psicólogo recurre a un triángulo cuyos vértices ocupan los distintos roles. Si
se habla de triángulo dramático es, no sólo porque son actitudes que tienden a
enquistarse, sino también porque se corre el riesgo de traspaso de una persona
a otra cayendo así en un círculo vicioso de carácter casi patológico.
El salvador es aquella persona que se impone la obligación
de resolver problemas ajenos. Suelen ser personas que ofrecen su ayuda
amablemente, pero en lugar de enseñar a resolver un problema, lo solucionan
ellos directamente sin necesidad aparente de que el mérito trascienda en las
altas esferas. Cuando ve que le sobrepasan las ayudas, suele lamentarse de
sobrecarga de trabajo y del escaso agradecimiento de los compañeros.
La víctima sería una persona que acepta una responsabilidad
sabiendo que no está preparada para ello. Antes que asumir y reconocer su
déficit, prefiere que otro-el salvador- le resuelva el problema. Al principio
se muestran agradecidos, pero a la larga desarrollan un sentimiento de
inferioridad y baja autoestima que se vuelve contra los demás.
El perseguidor es aquel que parece quedarse fuera de juego
pero, sin embargo, lo observa y juzga todo. Tonto el salvador, que le hace el
trabajo a la víctima, cara dura esta, que se atribuye logros inmerecidos, y él
que está ahí para desenmascarar a todos y poner las cosas en su sitio.
Los tres roles mencionados resultan
perniciosos por subyacer en ellos distintas formas de manipulación, pero
también porque no son inamovibles sino que suelen tornarse intercambiables
cuando se impone algún cambio en la organización. Pongamos por caso que el
salvador se ausenta, por el motivo que sea, una temporada del trabajo. En este
supuesto el perseguidor puede optar por mantenerse en su papel o asumir el del
salvador inicial quien, ahora resentido por tanto reproche previo y el
aislamiento actual, pasa a desempeñar el papel más agresivo de salvador. Así es
como los que entran en el juego acaban atrapados en él, porque entran en un
tipo de relaciones codependientes que terminan por generar conflictos en la
empresa.
“Como las personas cuando interpretan en
su vida cualquiera de estos tres papeles del Triángulo Dramático sufren un gran
desgaste emocional en las relaciones interpersonales y se sienten mal, lo
habitual es que traten de cambiar de papel en la situación que les genera
sufrimiento”, puede leerse en un artículo de Fernando Alberca en Cuida tu salud emocional, donde
se trata este tema con mayor detenimiento.
El referido artículo recoge 3 vías para
corregir y desprenderse de este tipo de actitudes:
De salvador a ayudador empático: Conservar la capacidad de ayudar, pero enseñando
para que cada cual resuelva sus propios problemas. Para ello hay que aprender a
decir no y establecer límites, para no asumir demasiadas cargas ajenas.
De víctima a responsable: Si necesitamos ayuda, lo inteligente es pedirla,
pero nunca desentenderse del aprendizaje ni de la búsqueda autónoma de
soluciones. Es decir, adoptar una actitud activa y, si la ayuda pedida no
llega, arriesgarse a arbitrar una solución, aunque sea equivocada.
De perseguidor a asertivo: Una persona asertiva respeta el derecho del otro a
tomar sus propias decisiones, pero también defiende su propio derecho a poner
límites. Conviene, además, aprender a decir lo que se piensa sin herir y
procurar resolver los conflictos por la vía del diálogo y la negociación.
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