Escuela Española de Desarrollo Transpersonal
Cultura Transpersonal
En busca de las creencias limitadoras
Un camino de escucha
liberador
Las horas de sol
disminuyen y parece que el verano toca a su fin. Atrás quedan las imágenes de
un periodo estival que ha permitido, en el mejor de los casos, desconectar de
la rutina de todo un año. El contacto con la naturaleza, el sol,
el agua, el encuentro con familiares y amigos han
permitido cargar las pilas para entrar renovados y dispuestos en el ciclo
otoñal.
¿Renovados y
dispuestos?
¿Quién no ha
mantenido durante estos días, transcurridos en un entorno relajante, un diálogo
consigo mismo donde una voz interna hace balance, ya no sólo del
año si no de la vida? ¿Quién no se ha permitido soñarse en otro
trabajo, en otra casa, en otro negocio, con otra pareja o mejorando y
optimizando todo lo que ha conseguido hasta ahora? ¿Quién no se ha visualizado
más pleno y feliz en otras circunstancias?
Esa experiencia por
un lado nos revela aquellos aspectos con potencial de ser mejorados, y a la
par nuestro cuerpo se dota de una fuerza indiscutible que sin
duda hará realidad la determinación de tomar las riendas de nuestra vida y
conducirla de manera diferente en cuanto regresemos al hogar.
A veces sucede que
esta experiencia se desvanece a nada que cambiamos el paisaje y nos vemos
sumergidos de nuevo en el día a día. ¿Dónde quedó aquel propósito? ¿Dónde fue a
parar aquella fuerza que el cuerpo reconoció? Puede que incluso nos embargue lo
que la medicina conviene en llamar “depresión postvacacional“. Pareciera
que ni el descanso, ni el cambio de rutina, ni la necesaria vitamina D,
proporcionada por el sol que refuerza el sistema inmunológico, entre otras
cosas, fueran suficientes para sostener en el tiempo esa determinación
de cambio que anhelamos en lo más profundo de nosotros.
Esas
voces
El ser humano es
capaz de encontrar excusas para casi todo. Basta con que
uno no esté muy atento para que empiecen a desplegarse una vez más los recursos
engañosos que ya hemos utilizado en veranos anteriores y que nos han dado los
mismos resultados ineficaces. El obstáculo para que yo no pueda alcanzar mis
anhelos siempre aguardará fuera: “todo es muy difícil, no me dejan hacer, no me
entienden, todo está en mi contra, no le importo a nadie, el esfuerzo no va a
servir para nada, esto es imposible, yo no valgo, estoy solo…”
Esta retahíla de
frases que se lanzan de manera automática para reforzar la propia incapacidad
de poder cambiar un átomo nuestras vidas forma parte de una
máscara sutil que se ha ido consolidando desde tiempos inmemoriales, antes de
nuestra propia existencia. Por duro que resulte para nuestro ego, no somos los
autores de este monólogo en la mayoría de los casos. Repetimos viejas
oraciones que vienen a nuestra mente para lanzarlas al Universo en cuanto
nos vemos ante la tesitura de afrontar cambios, sean éstos pequeños o grandes,
con el único fin de protegernos de la frustración, del miedo o de la pérdida.
Podría decirse que
son “conjuros” con cierto poder sobre nosotros, ya que una vez
pronunciados nos dejan sin fuerza, sin esperanza, sin alternativa.
Renuncia y resignación vienen a ocupar nuestro cuerpo y toda nuestra parálisis
queda ya justificada hasta el siguiente movimiento de nuestra alma que implora
una vez más salir de esta inconsciente quietud. Y digo inconsciente porque a
poco que observemos qué subyace detrás de estas frases podremos tirar del hilo
que las sustenta.
En
busca de las raíces
Hay circunstancias
externas que a veces oponen resistencias a nuestros deseos de cambio, pero esto
no quiere decir que haya que renunciar sin más. Estos obstáculos nos invitan a
generar nuevos recursos. Dotarnos de una gran confianza, abrir nuevas
vías de creatividad, ampliar el circulo de relaciones afines a nuestros
proyectos y convertirnos en buscadores incansables de propósitos sería
un buen punto de partida.
Pero antes de
afrontar los obstáculos objetivos, debemos observar las propias circunstancias
internas que son las verdaderas barreras que sabotean nuestros intentos de
cambio. Estas voces nos sumergen en un estado de lamentación y
victimismo, y nos llevan en un camino circular de vuelta a la frustrante
casilla de salida.
Todo comienza por ser
unos buenos escuchadores de nosotros mismos. Tan pronto arrojamos
una de estas frases paralizantes y saboteadoras, hay que desvelar qué creencia
las sustenta. Debemos preguntarnos qué nos hacen sentir esas palabras, desde
cuándo las utilizamos, de qué nos protegen, a qué personas de
referencia para nosotros se las hemos escuchado antes…
Esta nueva vía de
dialogo para con uno mismo abre un camino de comprensión más auténtico y
enriquecedor. Observar estas creencias nos lleva a un nuevo foco de atención
que poco a poco nos muestra una luz diferente. Curiosamente la escucha
interna no tiene como destino la mente, si no que se va desplazando sutilmente
hacia el centro de nuestro corazón.
En este espacio
amplio y a veces desconocido el tiempo tiende a ralentizarse, ya que empezamos
a entrar en contacto con emociones sentidas. El cuerpo es
nuestro generoso aliado y el primero en responder al cambio de foco de nuestra
atención, ofreciendo toda la memoria celular que atesora,
tanto la vivida como la heredada.
Recuerdos de la infancia,
momentos de frustración vividos en nuestro entorno familiar y situaciones
contractivas empezarán a acudir a nuestra experiencia. La información está ahí,
sólo es necesario hacer las preguntas adecuadas. Puede que incluso se trate de
experiencias vicarias: hemos podido sentir la limitación de nuestros
padres, su miedo hacia la vida, una bancarrota del abuelo, el dolor de una
pérdida inesperada de un familiar…, tal como si nos hubiera sucedido a
nosotros mismos.
Una
nueva comprensión
Un hilo invisible de lealtad hacia
nuestro sistema de origen alberga creencias inamovibles que se
graban en el inconsciente como inscripciones en piedra. Si
ellos no pudieron, nosotros tampoco; si ellos no fueron felices, nosotros
tampoco lo seremos.
Si estas experiencias
han sido vividas y gestionadas de manera traumática, sin darles una vía de
comprensión más amplia, y se han quedado sumergidas en el miedo, he aquí el
hilo del que tirar para desenredar la madeja de esas creencias limitadoras.
Podemos entender que esta lealtad surge de un amor inconsciente:
somos y formamos parte del clan, y experimentar otro sentimiento sería una
forma de alejarse de los nuestros.
Muchas veces nos
entregamos a la queja permanente por aquello que no hemos podido conseguir o
hacer, y arremetemos contra nuestra familia con reproches por
no habernos facilitado una vida mejor. Si observamos esta limitación-queja, nos
damos cuenta de que debajo de este discurso lo que suena en realidad es nuestro
propio miedo a la vida.
En esta observación
no hay biografía mejor o peor. Las circunstancias y hechos son los que han
tenido que ser. Mirarlos con aceptación y sin huida nos otorga una fuerza
genuina que se instala en nosotros para no irse ya. Abrazar el miedo,
la frustración y la pérdida nos abre un nuevo camino de
conciencia, más auténtico y real. Recogemos la experiencia familiar en el
punto donde ellos acertaron a dejarla y nosotros damos el relevo con Amor para
seguir ofreciéndosela a la Vida.
Revisar un modelo
de creencias asumidas y ver en qué pilares se sustenta realmente nos
ayuda a emprender un camino con mayor libertad y libre de ataduras. Nos permite
vivir más centrados para poder hacer uso de los infinitos recursos que
poseemos. Nos ayuda a estar más en conexión con la creatividad. Nos permite
soñar sin culpas y atrevernos a hacer por el simple deseo de experimentar y
aprender. Nos permite el mejor manejo de la frustración, ya que siempre queda
energía y fuerza para superar las dificultades.
El camino es
sencillo. Todo empieza por una buena escucha interna. Lo demás se
va desplegando de manera inteligente para mostrar aquello que en verdad
necesitamos ver.
La Vida
siempre está en disposición de dar. ¿Estamos preparados para tomar lo que
tiene para nosotros?
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