Del libro Las 40 Puertas, de José María Doria
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La cadena de
sucesos que cada día vivimos parece a menudo seguir un patrón básico por el que
se despliegan espirales insospechadas. Quizás detrás de los acontecimientos que
nos suceden se halla alguna soterrada ley de ciclos y curiosas elípticas. Una
ley por la que desplegar aceptación, sobre todo cuando en el reparto nos tocan
las llamadas «desgracias».
En realidad, somos expertos en la evasión del dolor
mediante pastillas, trabajo y copas, ignorando a menudo que, tras la cadena de
pérdidas, existe un invisible hilo conductor que propone maduración y
consciencia. Por otra parte, y a poco que miremos, no tardamos en descubrir que
«todo pasa», y que lo que sucede está sometido a la ley de la impermanencia,
una realidad que anima e infunde esperanza cuando nos toca vivir en «marea
baja».
¿Acaso, ante la desgracia, alguien piensa que su dolor
es porque el universo juega a los dados con la vida de las personas? ¿Acaso
sentimos que detrás de la escena hay un juego maldito por el que, de pronto,
nos «cae» una ruina, un cáncer o la muerte de una persona amada?
Podemos atravesar la incertidumbre y cultivar esa
confianza que surge del más allá de la mente y de la que brota de un corazón
abierto que ante el Misterio se inclina y reverencia. De antemano no podemos
saber cuándo nos llegarán las llamadas ganancias o pérdidas; sin embargo, lo
que sí intuimos es que lo que está por llegar, por deseable o indeseable que a
nuestro «pequeño yo» le parezca, es lo que en algún nivel de consciencia
nuestra evolución precisa.
Conviene vivir preparados para asistir al
desprendimiento de lo que «ya no toca». Cuando al viejo orden le llega su hora
y nos deja, conviene vivir todo el proceso en un estado de máxima atención y
presencia. Bien sabemos que no tenemos más que el momento presente, y lo que sí
es cierto es que el pasado ya se fue y el futuro es ahora.
Tal vez nadie escapa a las mil y una llamadas que la
vida nos hace para seguir ampliando y comprendiendo. A veces tales llamadas
aparecen en forma de avisos y señales que desoímos y aplazamos con
resistencias. Es entonces cuando el Misterio nos envía un «ángel negro» cuya
visita deconstruye nuestro pasado y abre la puerta a una vida nueva. Se trata
de un ángel que transforma positivamente nuestra vida, paradójicamente
disfrazado de catástrofe y pérdida.
Atención a las noticias que, de un momento para otro,
ponen «patas arriba» nuestra vida. Ante las pérdidas inesperadas se halla al
ángel negro que, visitando nuestra vida, abre puertas a una mayor consciencia.
Se trata de visitas anunciadas en nuestra alma e inesperadas para nuestro ego,
visitas que desarticulan nuestras defensas y propician aquellos cambios que
nuestra consciencia precisa para profundizar la mirada.
Tras la visita del ángel negro, de pronto sucede que
nuestra vida entra en crisis, al tiempo que la torre se desmorona. Los viejos
hábitos caen y, de pronto, nada es igual que antes, incluida la zozobra que la
situación conlleva. Son momentos en los que todo un programa de crecimiento y
profundidad de la consciencia se ha puesto en marcha. Ante esta situación, por
dolorosa que sea, uno puede entrever la intencionalidad del momento y afrontar
con aceptación lo que le llega, o bien entrar en un mundo de negación,
victimismo e inútiles quejas.
Parece ser que el duelo por las pérdidas dura lo que
tardamos en aceptar lo que nos pasa. Pero en este proceso de aceptación no solo
juega la voluntad de un querer aceptar, sino también un proceso profundo de
resiliencia. Cada cual tiene sus «tiempos» para pensar lo sucedido y permitir ser
encontrado por el nuevo diseño de vida que le espera.
Cuando el universo activa un ángel negro, nuestro ego
tiembla. Algo en nosotros sabe que caerá el aferramiento y afrontaremos lo que
había sido anunciado en ecos intuitivos que pedían un cambio de vida. Y, de
pronto, una vez llegada la noticia, confirmamos que ya no hay marcha atrás en
el adiós al viejo yo, ya no queda otra que mirar al horizonte tras la caída de
lo que anteriormente aprisionaba.
Un salto de conciencia sigue a quienes han sido
visitados por la inesperada «desgracia» de ese ángel negro que, de pronto, desmonta la casa. Sucede que quienes son objeto de tan trascendental visita
renuevan sus vidas con un corazón más abierto y una mirada más compasiva.
Cuenta también la leyenda que hay ángeles blancos que
también nos visitan trayendo regalos y adquisiciones inesperadas. Los unos sin
los otros y los otros sin los unos no existirían, ya que ambos son partes de
una misma realidad que nuestra mente disecciona. Tanto los blancos como los
negros son figuras angélicas de radiante luminosidad, y eso no es cualquier
cosa. En realidad son mensajeros del cielo que tejen nuestras vivencias en una
malla evolutiva por la que aprendemos la lección que toca.
Se dice también que, cuando las personas han aprendido
la lección básica de vida, ya no son objeto de visita ni por los de túnica
negra ni por los de blanca. Todo entonces sucede para ellas como si la
corriente del río descendiese por la ladera. Fluyen y ofrecen de beber a
quienes a la orilla se acercan.
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