miércoles, 27 de agosto de 2008

Cartas dispersas A Wikström


JOSÉ GUILLERMO ÁNJEL R.

Apenas reconocido y leído Owe. Mi mamá decía que de la carrera no quedaba sino el cansancio, lo que le permitió vivir más de ochenta años y recordando con placer sus viajes en barco. Así que descansó en paz, muriéndose cuando quiso, al igual que mi tía Lía. Y ahora es usted, querido amigo, el que propone una teoría parecida en su libro El elogio de la lentitud. Vale de poco correr y desgastarse con agendas que han convertido el tiempo en segundos, en ir de un lugar al otro y terminar en veremos, como si se hubiera pasado el día pedaleando en una bicicleta estática, de esas que no llegan a ninguna parte. Los promotores de la velocidad, la producción en serie (y delirante) de pequeñas cosas y la cantaleta del trabajo continuado y sin respiros, han impuesto una manera de vivir igual que los hámsters (que no paran de girar en la jaula) y la de drogarse con slogans. Con razón tanta tristeza.

Si el hombre se hubiera diseñado para correr, seguiría caminando sobre cuatro extremidades, lo que le daría más fuerza para impulsarse (como los chimpancés). Pero no, al desarrollar inteligencia se paró en las dos piernas y decidió ser un animal lento, en disposición de moverse viendo lo que había a su alrededor. También desarrolló una boca chiquita para darse gusto comiendo. Y hasta el siglo XIX, escribió de manera extensa porque la lentitud lo había llevado a descubrir detalles (en el paisaje y en la gente), a entender el sentido de las palabras y a valorar las cosas que tenía. Y como llegó al estadio de lo burgués, educó los sentidos para entender la belleza, gustar lo mejor de una comida y una bebida, oír la buena música y tener espacios de imaginación que no fueran obsesiones.

Pero en esas sociedades de hombres gordos y satisfechos, querido Owe Wikström, de repente entró la velocidad, el trabajo sin descanso (el workoholismo), las mil actividades en un mismo punto y los sustos continuados. Y hoy, en lugar de detenernos, para determinar si lo hacemos bien (la reflexión en un índice de inteligencia), nos desbocamos como una manada de bisontes huyendo de una pradera incendiada y ahí estamos, no como la puerta de Alcalá (que sigue quieta y visitada) sino despeñándonos en nombre de una productividad exagerada que no ha dado más resultados que la destrucción de la tierra y de la poca humanidad que queda. Es que en esta carrera no se ve nada ni se llega a la meta y, lo peor, cada vez sabemos menos. Si un extraterrestre nos viera en este tráfago, se preguntaría: ¿de qué huyen?.

Owe Wikström, es profesor de psicología en la universidad de Upsala, en Suecia. Como escribe sobre religión, ha llegado a la conclusión de que ya nadie ve a D’s ni al otro debido a las carreras. Y que vivir corriendo no vale la pena. Lo saben hasta los caballos del hipódromo.