martes, 21 de julio de 2009

LA SABIDURÍA SE MIDE CON PREGUNTAS, CANAS Y GANAS

Artículo escrito por el profesor de Eafit Juan David Escobar Valencia y publicado en el Periódico El Colombiano de la ciudad de Medellín, el día 20 de julio de 2009

Dijo alguna vez el Duque de Levis, comandante de las fuerzas francesas en Nortea­mérica tras la batalla de las Llanuras de Abraham en 1579 contra los ingleses, que "Es más fácil juzgar el genio del hombre por sus pregun­tas que por sus respuestas".

Digo esto porque la sema­na anterior tuve la ocasión de comprobarlo, así como una de las mejores oportunidades para aprender que hasta hoy he tenido, al acompañar unos dias al profesor e investiga­dor Abraham Lowenthal, de visita en la ciudad para cono­cer la evolución de Medellín y Colombia en los últimos veinte años y compartir en Eafit sus ideas sobre las posi­bles prioridades de la política del gobierno Obama sobre América Latina.

El multifacético artista indio Rabindranath Tagore decía que "hacer preguntas es prueba de que se piensa", pero lo que aprendí con el profesor Lowenthal es que "es el tipo de preguntas lo que revela cómo se piensa". Desde que mi cabello se em­pecinó no solo en cambiar del color negro al blanco, sino en abandonar el cuero cabelludo que tantos años le sirvió de domicilio, me que­dó también más "claro" que los años nos otorgan en com­pensación la posibilidad de entender más cosas que cuando el pelo era más largo que las ideas. Pero ser testi­go de la inusual capacidad del profesor Lowenthal para hacer preguntas, al mismo tiempo tan brillantes como sencillas, profundas como precisas, sorprendentes como motivadoras, me hizo pensar que cumplir años no podía ser el único factor que permite desarrollar la habili­dad de hacer las preguntas apropiadas.

Al ver en acción al profe­sor Lowenthal me surgieron unas ideas al respecto. Sin duda alguna que la educa­ción previa debe ser un fac­tor importante, pero el nú­mero de títulos universita­rios no garantiza nada y no siempre evita que caminen por el mundo brutos ilustra­dos, incluso con poder. Lo que creo que puede ser rele­vante son algunas caracterís­ticas evidentes en el profesor Lowenthal, que aun después de una larga y exitosa carre­ra, conserva una insaciable sed por aprender. Algunos académicos con muchas me­nos décadas de vida, sólo ocupan las neuronas que les quedan para calcular cuántas semanas les faltan para jubi­larse y no hacer nada más.

Pero si el deseo de no ce­rrar la puerta a nuevas ideas después de tantos años es muy evidente, más me sor­prendió su humildad, mani­fiesta en la capacidad y gusto por escuchar. Una de las peores enfermedades que padecen los académicos me­diocres, es el hinchamiento progresivo del ego, que hace que solo desean hablar y ser escuchados.

Por el contrario, la disposición a escuchar sólo puede partir de la certe­za de que lo que otros saben es la materia prima para mantener en movimiento la formación de cuando se ponen al servicio de otros, formándose un círculo vir­tuoso que enriquece a todos y que garantiza la posibilidad de aprender a construir pre­guntas pertinentes, simples en la forma pero complejas en las consecuencias y en las reflexiones que suscitan.

Debemos repensar cosas como, creer que la única for­ma de evaluar el aprendizaje se limita a la capacidad de contestar preguntas y nunca a saber hacer preguntas. Si es la investigación lo que po­dría sacarnos de la pobreza, aprender a hacer las pregun­tas correctas es tan o más importante que encontrar las respuestas adecuadas.