Artículo escrito por el profesor de Eafit Juan David Escobar Valencia y publicado en el Periódico El Colombiano de la ciudad de Medellín, el día 20 de julio de 2009
Dijo alguna vez el Duque de Levis, comandante de las fuerzas francesas en Norteamérica tras la batalla de las Llanuras de Abraham en 1579 contra los ingleses, que "Es más fácil juzgar el genio del hombre por sus preguntas que por sus respuestas".
Dijo alguna vez el Duque de Levis, comandante de las fuerzas francesas en Norteamérica tras la batalla de las Llanuras de Abraham en 1579 contra los ingleses, que "Es más fácil juzgar el genio del hombre por sus preguntas que por sus respuestas".
Digo esto porque la semana anterior tuve la ocasión de comprobarlo, así como una de las mejores oportunidades para aprender que hasta hoy he tenido, al acompañar unos dias al profesor e investigador Abraham Lowenthal, de visita en la ciudad para conocer la evolución de Medellín y Colombia en los últimos veinte años y compartir en Eafit sus ideas sobre las posibles prioridades de la política del gobierno Obama sobre América Latina.
El multifacético artista indio Rabindranath Tagore decía que "hacer preguntas es prueba de que se piensa", pero lo que aprendí con el profesor Lowenthal es que "es el tipo de preguntas lo que revela cómo se piensa". Desde que mi cabello se empecinó no solo en cambiar del color negro al blanco, sino en abandonar el cuero cabelludo que tantos años le sirvió de domicilio, me quedó también más "claro" que los años nos otorgan en compensación la posibilidad de entender más cosas que cuando el pelo era más largo que las ideas. Pero ser testigo de la inusual capacidad del profesor Lowenthal para hacer preguntas, al mismo tiempo tan brillantes como sencillas, profundas como precisas, sorprendentes como motivadoras, me hizo pensar que cumplir años no podía ser el único factor que permite desarrollar la habilidad de hacer las preguntas apropiadas.
Al ver en acción al profesor Lowenthal me surgieron unas ideas al respecto. Sin duda alguna que la educación previa debe ser un factor importante, pero el número de títulos universitarios no garantiza nada y no siempre evita que caminen por el mundo brutos ilustrados, incluso con poder. Lo que creo que puede ser relevante son algunas características evidentes en el profesor Lowenthal, que aun después de una larga y exitosa carrera, conserva una insaciable sed por aprender. Algunos académicos con muchas menos décadas de vida, sólo ocupan las neuronas que les quedan para calcular cuántas semanas les faltan para jubilarse y no hacer nada más.
Pero si el deseo de no cerrar la puerta a nuevas ideas después de tantos años es muy evidente, más me sorprendió su humildad, manifiesta en la capacidad y gusto por escuchar. Una de las peores enfermedades que padecen los académicos mediocres, es el hinchamiento progresivo del ego, que hace que solo desean hablar y ser escuchados.
Por el contrario, la disposición a escuchar sólo puede partir de la certeza de que lo que otros saben es la materia prima para mantener en movimiento la formación de cuando se ponen al servicio de otros, formándose un círculo virtuoso que enriquece a todos y que garantiza la posibilidad de aprender a construir preguntas pertinentes, simples en la forma pero complejas en las consecuencias y en las reflexiones que suscitan.
Debemos repensar cosas como, creer que la única forma de evaluar el aprendizaje se limita a la capacidad de contestar preguntas y nunca a saber hacer preguntas. Si es la investigación lo que podría sacarnos de la pobreza, aprender a hacer las preguntas correctas es tan o más importante que encontrar las respuestas adecuadas.