jueves, 28 de enero de 2010

LA ARROGANCIA, PECADO DE EJECUTIVOS

Por Rafael Ortega Ryberg
Principal Ltc, Korn/Ferry Internacional Colombia & Ecuador

En vez de asegurar el éxito, la arrogancia limita y aísla a quienes la aplican y desestima el talento de quienes la padecen. Un alto ejecutivo explica cómo reconocerla y manejarla.

A las personas arrogantes se les considera por lo general individuos distantes que prefieren sus propias ideas a las de los demás. Ser arrogante significa menospreciar a las personas y los aportes que hacen, y produce en ellas un sentimiento de inferiori­dad, rechazo y enojo. Los arrogantes piensan que tienen la respuesta única y correcta para todo, ignoran las opi­niones de los demás, y adoptan una actitud distante hacia las personas. Aunque no sea su intención, muchas veces lo que un individuo arrogante termina logrando precisamente con estos comportamientos, es quedarse solo y aislado.

El gran peligro de la arrogancia consiste en que puede convertirse en un factor que termine por bloquear o limitar el avance de la carrera de los ejecutivos. Una razón es que la gente arrogante usualmente no tiene una visión muy objetiva de la dimensión real de sus habilidades y fortalezas.
Sintiéndose cerca de la perfección, tarde o temprano terminan asumiendo algún reto que termina por superarlos. Por otra parte, un individuo arrogante crea mucho resentimiento en los demás y algunas personas siempre van a estar buscando oportunidades para devolver este favor, hasta que finalmente las encuentran.

Una manera de entender el impacto de este problema es a través de los comportamientos opuestos. Cuando la arrogancia no es un problema, la persona es accesible, escucha y valora las opiniones, comparte el éxito con los demás, y rara vez muestra la autoridad que proviene de su cargo, prefiriendo antes que todo liderar desde la influencia. Se conoce bien a sí misma, entiende bien cuales son sus fortalezas y limitaciones, y tiene bue­nas relaciones con los demás.

Una de las grandes dificultades para cambiar la arrogancia es la au­sencia de retroalimentación. La gente arrogante se valora demasiado. Así, es mucho más difícil obtener apoyo de los demás, puesto que si las per­sonas lo consideran arrogante, pro­bablemente ni siquiera se molesten en hacérselo saber, pues esperan de antemano no ser escuchadas.

Por esta razón, si a una persona se le conside­ra arrogante, su mejor opción para entenderlo es una evaluación de 360 grados, en la que los participantes puedan permanecer anónimos. Es posible que las evaluaciones de los demás sean peores de lo que deberían ser, puesto que al sentirse menospre­ciados por la persona arrogante, pro­bablemente intentarán desquitarse con ella en la evaluación.

La esencia del individuo arrogan­te se encuentra en sus respuestas, opi­niones y declaraciones. Se precipita en sus conclusiones, rechaza categó­ricamente lo que los demás dicen y puede llegar a utilizar palabras de­safiantes en un tono absolutista. En virtud de ello, las demás personas tienden a verlo como alguien cerrado y combativo que tiene la necesidad de ganar todas las discusiones. En realidad es posible que se trate de al­guien muy inteligente o que sea bastante experto en su campo, y que se encuentre trabajando con gente que tenga menos conocimientos y que no esté tan bien informada. Al final del día, las personas arrogantes pueden buscar que se les diga que son supe­riores, inteligentes y que tienen gran­des conocimientos.

Para cambiar la arrogancia se requiere de un cambio de actitud. Si queremos que las personas nos reafirmen en cuanto a la calidad de nuestro trabajo y nuestras capacida­des, es necesario ayudar a los demás a ser exitosos. En lugar de sentir­nos bien a cuenta de aquellos que no son nuestros iguales, deberíamos tratar de compararnos con personas que sin ser arrogantes cuentan con grandes habilidades y que hacen un excelente trabajo.

Es necesario dar a la gente la oportunidad de expresarse sin inte­rrupción hasta el final. Debemos es­tar en capacidad de hacer preguntas para asegurarnos que entendemos bien lo que nos están planteando. Escuchar a las personas significa que podemos repetir calmadamente la opinión que nos presentan, así no estemos de acuerdo. Hasta que no demostremos repetidamente que nos interesan los demás, que invitemos a las personas a hablar y a escucharlas con un interés genuino, especialmen­te a aquellos que se han sentido ofen­didos en el pasado, no lograremos mucho en estos esfuerzos.