lunes, 7 de diciembre de 2009

UNO PERDONA UN ERROR, PERO DOS YA SON DEMASIADOS.

Cuando Juan recibió su sueldo, en dinero efectivo, como siempre lo hacía el primer día de cada mes, contó cuidadosamente los billetes, uno a uno, agudizando sus ojos y untando el dedo con saliva para despegar con fuerza los billetes.

Se sorprendió al percatarse que le habían dado 100 dólares más de lo que correspondía. Miró al contador de reojo para asegurarse que no lo había notado, rápidamente firmó el recibo, se guardó el dinero dentro del bolsillo y salió del sitio con la mayor rapidez y discreción posible, aguantándose, con esfuerzo, las ganas de saltar de la dicha.
Todo quedó así.

El primer día del mes siguiente hizo la fila y extendió la mano para recibir el pago. La rutina se repitió y al contar los billetes, notó que faltaban 100 dólares. Alzó la cabeza y clavó su mirada y muy serio le dijo al cajero: - Señor, disculpe, faltan 100 dólares.

El cajero respondió: - ¿Recuerda que el mes pasado le dimos 100 dólares más y usted no dijo nada?

Sí, claro -contestó Juan con seguridad-, es que uno perdona un error, pero dos ya son demasiados.

¿Reconoces tus errores? ¿Eres igual de exigente contigo mismo que con los demás? ¿Te consideran justo tus cercanos? ¿Cómo afectan tus errores a los que te rodean? ¿Cómo influyes la calidad de tus relaciones cuando no aceptas y asumes tus propias fallas?

Y cerremos la reflexión como la iniciamos, citando a Confucio: "Si ves a un hombre bueno imítalo, si ves a un hombre malo examínate a ti mismo.

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